El salto entre la realidad y la percepción individual, entre la pintura figurativa y su apropiación ideológica (así Basquiat rescató el realismo de la basura, como antes lo hizo Dubuffet) está presente en su obra. Su realismo no es tanto nostálgico como experimental, como crítico y a la vez divertido, pero hundido en un mar de melancolía, quizá incluso involuntaria al artista.
El mundo visual de Barón es un mundo muy individualista pero a la vez lleno de generosidad, de sueños que no hieren a nadie, de escenas que flotan en el limbo. Barón sabe que la emoción y la cognición, pathos y logos, no son campos separados, ambos parten de un órgano, el cerebro, y según los neurólogos se encuentran en la misma zona del cerebro. No podemos escapar a nuestra conciencia ni a nuestra capacidad emotiva, y debemos gestionar tanto nuestra acción de conocer como nuestra posición de sentir. Hay una filosofía de la educación que debe apoyar tanto la disciplina del conocer como la del gestionar nuestras emociones, y mi generación no ha tenido ninguna herramienta de apoyo para esta última, para la introspección y para el control de los estímulos emocionales negativos. No estamos programados para ser felices sino para sobrevivir, lo que quiere decir que nuestra mirada se fija en la defensa y que nuestro cerebro intenta congelar las emociones. Barón no vende ilusiones sino imágenes con huellas que podemos reconocer o con detalles que pueden irritar, pero que nos conducen a imaginar un mundo de alegorías, un nuevo arca de Noé, donde también está encerrada la melancolía."
Kosme de Barañano